Jueves 25 de Abril de 2024







 06/10/2022 - Salud
Síndrome del nido vacío: cuando ya no hay nadie a quien cuidar

Cientos de hijos se despiden de sus padres para trabajar, estudiar fuera o irse a vivir con otras personas. Hablamos con una psicóloga del triste silencio que produce que no estén ya en casa


Llega un momento que los hijos se van. A sus estudios, a sus viajes, a "emprender su vuelo". Mucha gente va al consultorio psicológico y dice que está muy triste. Luego se descubre que es porque ya no están sus hijos en casa" Y de nidos va el asunto, puesto que pocas veces se repara en esa tristeza que deja el joven que abandona el seno familiar.


Síndrome del nido vacío, lo llaman, un conjunto de síntomas que podrían resumirse en un "echar en falta" pero que sin duda tiene mucha más profundidad en la que escarbar aspectos sociológicos troncales de nuestra cultura. Poco se repara porque al final, como dicen, "es ley de vida". Viene retratada en los mitos de nuestra época, en nuestro código genético y en la propia deriva de los tiempos. Al comienzo de todo, los años van sumando y un día alguien se levanta y además de pelo, le 'crecen' ansias de experiencias, encontrar su propio camino, salir al mundo... Y con todo ello, alguna que otra bofetada caprichosa en medio de breves y fugaces alegrías.


Un sesgo de género


El síndrome del nido vacío hace referencia, en esencia, a un solo verbo: "cuidar". Y, como tal, se explica en modo transitivo, es decir, además de echar de menos que te cuiden (lo que podría denominarse 'mamitis' crónica en adultos), más duele el hecho de no tener a nadie a quien cuidar. Por ello, su principal sesgo es de género, de ahí que tradicionalmente se haya asociado a las madres estos síntomas más que al padre, al ser ellas las relegadas a las tareas de los cuidados en la sociedad patriarcal tradicional. Pero como explica Mónica Pereira, psicóloga es algo que afortunadamente está cambiando, aunque los moldes culturales y familiares en los que nos criamos, sobre todo los más mayores, son difíciles de quitar.


"A lo mejor uno de los dos (marido o esposa) quiere hacer todo eso que no ha podido hacer antes, y el otro, feliz, lo único que quiere es estar tirado en el sofá" "Las mujeres de antes vivían para el cuidado de sus hijos o del marido, pero sobre todo de sus hijos, y cuando estos volaban, ellas se quedaban sin una razón para existir", señala. "Ahora es diferente, hay muchos padres que también lo sienten, pero esto persiste de alguna forma en nuestra cultura". Cuando le preguntamos si alguna vez se ha encontrado con algún caso en consulta que ha acudido a ella solo por esta razón, Pereira admite que no. Sin embargo, sí que termina siendo una de las razones por las que acaban demandando ayuda psicológica. "Mucha gente viene y dice que está muy triste, que no le apetece hacer nada o que no tiene motivación", explica. "Y cuando empiezas a escarbar y a preguntar descubres que todo su problema parte de ahí y no es consciente de lo que les está pasando es eso, ya que en el síndrome del nido vacío hay una dualidad. Piensa: 'Si mis hijos salen de casa es porque les va bien, se han casado o han encontrado trabajo fuera, y por ello debería estar contenta'. Se supone que es algo bueno. Entonces, aparece un malestar no permitido socialmente, porque no puedes estar triste por algo que está bien visto. La gente le diría 'no entiendo cómo estás mal, si a tu familia le va fenomenal'".


 


Problemas en el matrimonio


Pereira también advierte que muchas discusiones conyugales y crisis matrimoniales pueden aparecer a raíz del hecho de que los hijos se vayan de casa. Puede que uno de los dos se sienta más observado al ser el único centro de atención. O, en su defecto, más presionado para realizar otros planes que durante la crianza de los hijos quedaron relegados a un segundo plano, cuando él o ella preferiría llevar la vida de antes, mucho más cómoda. "A lo mejor uno de los dos quiere hacer todo eso que no ha podido hacer antes y el otro está tan feliz que lo único que quiere es estar tirado en el sofá viendo el fútbol o una telenovela", sostiene. "Si se adopta a un cachorro y sale mal, puede originar estados ansiosos depresivos, ya que es muy dependiente y necesita de muchos cuidados" No obstante, como puntualiza la psicóloga, "la sociedad ha evolucionado mucho y los individuos ahora miran más hacia dentro. La única preocupación de los padres de antaño era que sus hijos estuvieran bien y tuvieran una buena formación, siempre se ponía a los hijos en el centro. Ahora, los padres están más liberados y hacen cosas por su cuenta de manera individual". Si uno de los dos no ha mirado por encontrar un espacio personal antes de que los hijos abandonasen el nido, puede tener más dificultades para adaptarse a su nueva realidad.


Y, a pesar de que "puedan cumplirse las necesidades de dar afecto, hay muchas posibilidades de que no cumpla con las expectativas, ya que requieren un trabajo demasiado activo y no se está preparado". De pronto, se produce la situación de que "el perro tiene juguetes por toda la casa, se le humaniza", algo que no es del todo positivo, porque evidentemente nunca suplirá la presencia de un hijo o hija, más cuando estos ya son mayores y saben cuidarse por sí mismos, no como el can.


 


La traición


Como decíamos, todo depende del grado de adaptación que tienen los individuos a las situaciones nuevas. Teniendo en cuenta que no llega al 20% el número de jóvenes menores de 29 años que vive independizado, ¿podríamos hablar también de un síndrome del nido lleno? El tiempo pasa y los años suman. "Ellos se van y tú tienes que hacer tu vida sin ellos", concluye Pereira. "Los hijos acaban 'traicionando' a sus padres de alguna forma u otra, es muy fácil que se les pueda ver de una manera egoísta, de ahí que en tantas casas se repita la frase: 'con lo que yo te he dado y he hecho por ti'". De algún lugar tiene que provenir el refrán "cría cuervos y te sacarán los ojos".


 


Por último, cabe reflexionar en todo lo que rodea a "lo familiar". Al fin y al cabo, es aquello que tiende a mantenerse igual, por mucho que pasen los años. Algo que se refleja inevitablemente en la manera de hacer las cosas. Por ejemplo, uno de los puntos críticos entre padres e hijos es cuando este vuelve a casa y se pone a cocinar. En ese momento, el padre o la madre se da cuenta de que no pela las verduras, cuece los espaguetis o hace el arroz como antes solía hacer, como le enseñaron. Y ahí emerge una mueca de fastidio, a camino entre lo maniático y lo cómico: "¿Quién te ha enseñado a hacer eso así?" Aunque el hijo hubiera aprendido esa habilidad por sí mismo (y no le hubiera enseñado ninguna pareja o conviviente con el que ha compartido hábitat los últimos años), los padres harán el esfuerzo siempre para que se mantenga igual la manera de pelar las verduras, cocer los espaguetis o hacer el arroz. De ahí que se usen frases publicitarias que remiten a esa vida familiar con la coletilla de "como toda la vida". El síndrome del nido vacío también perdura en estos instantes, incluso muchos años después de que el joven se haya marchado de casa y haya llamado "familia" a otras personas. Sin embargo, si la relación paterno y maternofilial es sólida y positiva, en el hijo perdurará aquello que aprendió por primera vez, lo que lleva en los genes, la voz de sus primeros maestros y figuras de autoridad, sus enseñanzas, sus muestras de cariño y afecto, las cuales echará inmensamente de menos el resto de su existencia. Por muy cerca o lejos que puedan estar.











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